por Francine Riera
“El número de muertos pasa ya el millar. Del enviado especial: Llegados a medianoche recorremos la ciudad hasta las 5. En el Hospital Rawson, los enfermos fueron evacuados e instaladas las camas en los jardines. Se vieron escenas de extremo dolor, criaturas clamando por sus padres, gente con toda clase de heridas atendidos infatigablemente por los médicos llegados desde todas las regiones del país que se alumbraban con linternas.”
– La Nación, martes 18 de enero de 1944
Fueron tan solo 25 segundos aquel 15 de enero de 1944, a las 20:52 del sábado cuando un terremoto destruyó un 80% de la ciudad de San Juan. El epicentro se halló en la falla de La Laja, 23 km al norte de la ciudad, y la mayor destrucción estuvo concentrada en el barrio de Concepción. Los estragos fueron masivos no sólo espacialmente sino también en el tiempo. A pesar de su gravedad, son escasos los trabajos que abarcan este hecho en concreto.
Pensar en el terremoto de 1944 nos suele remontar mayormente al encuentro tan mitificado entre Perón y Evita en el Luna Park, en el festival organizado por el entonces Secretario de Trabajo y Previsión Social para recaudar fondos para las víctimas. Se suele decir que en ese encuentro se definiría el futuro de la Argentina. Se planteó que los hechos que le siguieron al terremoto determinarían el ascenso de Perón, siendo la catástrofe en su historia un puente hacia las bases primeras de un peronismo en gestación.
Es un deber pensar en qué medida efectivamente las consecuencias del terremoto y las medidas llevadas a cabo serían disruptivas, o si puede hablarse incluso de un antes y un después. Pero esto debe hacerse con el cuidado de no detenernos en concepciones teleológicas ¿A qué me refiero con esto? A asumir el desarrollo histórico como una cadena lógica y por poco predestinada, tal como si la catástrofe natural fuera inaugural de un nuevo orden, ya que los procesos sociales y políticos nunca son unicausales, y hay que escapar del error común del “una cosa llevó a la otra…”. Por eso a la hora de burlar a su amigo historiador más cercano, suele decirse frente a cualquier problema “es más complejo”. Lo es.
Pero por otra parte, y fuera del análisis y la correlación con su posterioridad, debe recuperarse la imagen tan desdibujada de los escombros, el hambre y la desidia que poblaron durante meses a una ciudad que desde hacía 60 años venía experimentando un auge modernizador como resultado de la especialización en el mercado vitivinícola, pero a la vez un recrudecimiento de las desigualdades sociales por la concentración del poder y las tierras en las manos de unos pocos bodegueros. Hay que construir una foto compuesta de
muchas otras para recuperar lo que fue la catástrofe natural más grande de nuestra historia nacional .
La foto
Por eso creo necesario concentrarnos en esa foto, que no es una sola evidentemente pues el registro visual se encuentra a un solo click de distancia, pero la parcialidad fragmentaria de la imagen nos obliga a unir todas en un mismo dibujo, para recuperar la humanidad, para no numerar a las víctimas como si fueran datos incorpóreos. Porque recobrar la historia es también afrontar la obligación de la involucrarse, de recuperar las múltiples emociones conjugadas: el dolor, la pérdida, de construir el boceto de una San Juan destrozada, del espacio público abarrotado de una multitud dispersa y sin hogares, con la mayoría de sus casas destruidas. Detenerse en el problema del traslado de los heridos, de un éxodo organizado hacia Mendoza y Buenos Aires para dar solución momentánea a un problema habitacional sin escalas.
Es decir, e insisto en esto, el nivel de destrucción fue tal que la vida dentro de la ciudad era insostenible. Hablamos de familias disgregadas, del resquebrajamiento de toda estructura en un lapsus de 25 segundos. Ese lapsus abrió enormes desafíos políticos y económicos, pero demostró a su vez los endebles cimientos que sostenían a una sociedad con grandes desigualdades y con un orden político de escasa legitimidad, que desde el golpe de Estado de 1930 se mantenía sin aceptación ni confianza en las figuras políticas por parte de la sociedad.
De entre los edificios que el terremoto dio por sepultados aquel 18 de enero, los escombros de la casa de gobierno y de la legislatura no fueron la excepción. Parecería ser la caída de sus órganos de representación una cruda metáfora de un Estado endeble y tambaleante, porque la historia no solo nos permite adentrarnos en lo que fue, como invitación a conjeturar sobre los vínculos que unen a relatos segmentados, sino que a veces incluso nos da el lujo de una cierta gracia poética.
Avanzamos hacia adentrarnos en ese mosaico crítico. Los días posteriores hubo fuertes lluvias que agravaron la situación. Invito al lector a proyectar este panorama en el que se debió incinerar a las tantas víctimas en grandes fosas, que luego pasó a ser reemplazado por la cremación inmediata debido al alto número de fallecidos.
El terremoto alcanzó también a poblaciones cercanas como Albardón y 25 de Mayo: por la gravedad de la situación la ciudad fue declarada Zona Militar mediante el Decreto n°2047/194 hasta el 5 de febrero con un toque de queda desde las 22 a las 6 hs que se extendió aún más tiempo como respuesta a los constantes saqueos. El 2 de febrero partió a Buenos Aires un tren con 500 niños. Muchos de ellos eran huérfanos, más otros eran enviados por sus familias debido a la incapacidad económica de mantenerlos, o por el temor a las epidemias y enfermedades habituales en grandes catástrofes. Estos fueron dados en adopción y en caso de solventar más adelante la situación particular los padres podían recuperar la custodia mediante pedido por escrito. En la Sede de Secretaria de Trabajo y Previsión Social llegaron a presentarse 10000 solicitudes de adopción como se comunicó el 24 de enero en el diario Crítica.
A su vez, los comercios fueron clausurados y de acuerdo al Decreto de la Intervención Federal n° 3 del 23 de enero se establecieron requisitos para su reapertura en caso de vender artículos de primera necesidad . Se dispensaron tarjetas de provisión para garantizar paquetes de alimentos a familias necesitadas y se suspendió entre otras medidas el pago de impuestos, tasas y contribuciones hasta el 1° de marzo. La ciudad de San Juan finalizó su reconstrucción recién en el año 1961, 17 años después.
A pesar de las múltiples dimensiones que atraviesan este hecho, las investigaciones al respecto son escasas. Resulta llamativa su ausencia tanto por la magnitud del incidente como por las vertientes políticas y económicas que le aportan una impronta trascendental. Hay que
considerar también la falta de antecedentes similares a los hechos de 1944 que pudieran aportar ejemplos de acción. Terremotos los había habido, sobre todo siendo una provincia de gran actividad sísmica, pero las terribles consecuencias de ese año avanzaron fuera de los parámetros habituales. No es menor decir que se trató de la catástrofe natural más grande de la historia argentina.
Consecuencias y una nueva relación con el Estado.
La sociedad argentina atravesaba una fuerte crisis de legitimidad desde golpe de Estado de 1930, que derrocó al entonces presidente Hipólito Yrigoyen y fue encabezado por el teniente Uriburu. A partir de ese año la legitimidad de la política fue escasa, se criticaba el clientelismo y la burocracia, como palabras que resonaban a menudo. Independientemente de las disidencias dentro del ejército y de las diversas posturas políticas, la reforma social era un punto invocado constantemente. Se exigía un cambio radical en las estructuras tradicionales. Por eso cuando en 1944 el presidente Ramírez y los voceros católicos y del Estado anunciaron por cadena nacional al terremoto como una expiación divina para renunciar al liberalismo y retornar al catolicismo, este discurso no tuvo una recepción favorable ante una sociedad decepcionada con el sector político.
Fue en este contexto que Perón, en aquel momento Secretario de Trabajo, cobró fuerza al organizar una colecta de 40 millones de pesos. Lo distintivo no fue la recaudación en sí misma, sino más bien la nueva relación con el pueblo que se planteaba a partir de esto, y que se asentó en la necesidad de recuperar su confianza. Para realizar la colecta la calle Florida fue recorrida por artistas y figuras públicas junto a miembros del Colegio Militar, llevando urnas para que los transeúntes depositaran colaboraciones. Este acto puntual, al igual que la famosa jornada del 22 de enero en el Luna Park, que significó el encuentro entre Perón y Evita, fue tan solo uno dentro de una gran campaña de colecta para las víctimas, que alcanzó una alta convocatoria social. Después de mucho tiempo, el pueblo se sentía realmente comprometido con una causa.
En sintonía, el Estado tuvo una actitud novedosa al centralizar las colectas, en vez de quedar este trabajo en las organizaciones civiles. Que el poder estatal controlara la ayuda económica era más pragmático e implicaba un alejamiento de la asociación latente con la corrupción de gobiernos anteriores. El objetivo era afianzar el vínculo con la sociedad civil, comunicarle que podía depositar la reconstrucción de la provincia en sus hombros. A su vez, comenzó a reivindicarse en los festivales solidarios en el discurso político a los humildes como sujetos clave en la ayuda a las víctimas, tomando estos un protagonismo sustancial. La misma iglesia incorporó la noción de la justicia social, y cada nueva escuelas barrio o capilla era ahora inaugurada por la bendición de un sacerdote.
El terremoto como problema y evidencia.
La catástrofe no sólo dio pie a múltiples problemáticas sino que acentuó muchas otras preexistentes. La desigualdad social fue claramente uno de estos casos. Desde el siglo anterior, la provincia, cuya economía se centraba en la explotación de la uva, había experimentado un auge vitivinícola, lo cual se había traducido en la modernización de la ciudad y la constitución de una elite bodeguera mayormente urbana que concentraba la mayor parte de las tierras cultivables. Dicha elite transformó este paisaje urbano, con la construcción de bodegas cerca de los ferrocarriles y grandes mansiones en la capital.
La carencia de estructura antisísmica en las casas fue uno de los motivos centrales de la devastación, y afectó en muchos casos independientemente de la clase social al no haber un énfasis general en consideraciones técnicas. Mas sí evidenció asimetrías sociales cuando quienes poseían un mayor poder económico tras el terremoto se trasladaron al campo o a Mendoza, mientras que aproximadamente 90000 personas que carecían de hogar se encontraron a la deriva: solo 10000 de estas pudieron establecerse en barrios de emergencia.
Por otro lado, hubo una tendencia histórica de los habitantes del campo a establecerse en la ciudad, formando así suburbios compuestos en su mayoría de casas pobres y frágiles, hechas con una técnica llamada quincha. La falta de un procedimiento planificado antisísmico se conjugó de esta forma con una preocupante brecha social.
La catástrofe que sacudió a San Juan entonces dio cuenta de posibilidades diferenciadas y asimismo las acrecentó. Se evidenció también el problema de distribución poblacional: en 1944 la ciudad capital concentraba a la mitad de la población de toda la provincia, como otra consecuencia de la distribución desigual de la tierra y la riqueza. La capital era 20 veces más grande que la segunda ciudad de San Juan. Entre las posibilidades de reconstrucción, una de las propuestas fue trasladar la ciudad a una zona más segura, pues después de todo esta había sido destruida casi por completo.
Los “trasladistas”, militares reformistas y nuevas generaciones de arquitectos apelaban a una renovada noción de planificación urbana. Criticaban que se centrara el peligro sísmico solo en el material de las edificaciones, el adobe, pues de nada servía una casa segura si esta estaba en una región que implicaba amenazas constantes.
Pero la postura triunfante fue la de los “quedistas”, las elites de bodegueros para quienes mover la ciudad implicaba una desvalorización en el precio de la tierra y la propiedad y atentaba contra sus privilegios. A pesar de su fracaso, estas nuevas generaciones de arquitectos instalaron a la arquitectura como un hecho político donde confrontaban intereses en puja. De hecho, la mayor parte de los trabajos que mencionan al terremoto de 1944 son fundamentalmente sobre arquitectura.
Esta disputa es incluso valiosa para repensar el matiz político en todo despliegue arquitectónico, ya que en la planificación de una ciudad se juegan tanto desigualdades como medidas de inclusión.
Las ruinas como símbolo
Di inicio a este texto con hincapié en el peso visual de las ruinas sanjuaninas como un símbolo del orden en conflicto, de una sociedad profundamente desigual cuyos cimientos se vieron momentáneamente colapsados. Efectivamente, los destrozos no operaron como motor de cambio, y considero ligeramente cínico definir a la tragedia como una puerta hacia lo nuevo. Pero es una realidad que sobre los escombros se desplegaron una serie de transformaciones que comenzaron a configurar un nuevo orden social, político y económico. De todas formas, el cambio no nació allí. Desde 1943 la política de vivienda comenzaba a ser central, y en ese mismo año se creó la Dirección de Arquitectura del Ministerio de Obras Públicas de la Nación.
Otros conflictos también fueron encausados y visibilizados a través de este hecho: el vacío legislativo sobre la adopción era hace años una fuente de conflicto, y quedaba ligada a procesos informales. El terremoto debió acelerar el proceso a la fuerza cuando 1000 huérfanos requirieron súbitamente un hogar. Hasta que en 1948 se promulgó la Ley 13.252 de adopción, la Dirección Nacional de Asistencia Social suplió su ausencia.
A partir de 1944 se generó un momento clave que daría paso a un nuevo papel del Estado y a una revalorización de sus instituciones, lo cual era ya un elemento presente más la necesidad de organizar y centralizar una problemática de tal magnitud exigió a toda costa nuevas políticas de planificación.
El Consejo de Reconstrucción creado para reedificar la ciudad, que se transformó en 1972 en el Instituto Nacional de Prevención Sísmica (INPRES), es manifestación de dicha vocación de centralidad y previsión política de mayor contemplación. Cuando un nuevo sismo sobrevino en 1952, con su epicentro también cercano a la ciudad, las nuevas construcciones acordes al Código de Edificación sobrevivieron, demostrando que efectivamente la planificación urbana es una decisión política certera y que en los cimientos de toda ciudad se manifiestan profundas redes de desigualdad.
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Bibliografía
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- Buchbinder, Pablo (2014) “Los cambios en la política social argentina y el impacto del terremoto de San Juan (1944)” Iberoamericana (vol. XIV), 121-133
- Centro de Información sobre Desastres y Salud Biblioteca Médica Nacional (CIDBIMENA) “Emergencias producidas por sismos en Argentina” (septiembre-octubre 2006). Recuperado de: http://cidbimena.desastres.hn/docum/crid/Septiembre-Octubre2005/CD-2/pdf/spa/doc5053/doc5053.htm
- Healey, Mark Alan (2004) “Buscando un orden entre los escombros: Iglesia y Estado después del terremoto de 1944 en San Juan, Argentina” Relaciones. Estudios de historia y sociedad, (vol. XXV, núm. 97, invierno, 2004) pp. 58-89. El Colegio de Michoacán, A.C Zamora, México
- Hochbaum, Erwin (2014) “Healey, Mark: El peronismo entre las ruinas. El terremoto y la reconstrucción de San Juan, Buenos Aires, Siglo XXI, 2013.” El rey desnudo (Año II, No. 4)
Excelente texto, me encantan todas las aristas y desprendimientos que se analizan de este hecho