por Gastón Mazzaferro
Imaginemos esta escena pre-pandémica: estás volviendo a tu casa un sábado a la tarde. Es febrero y venís re tranqui sentado en el fondo de un colectivo linea 110 hasta que, llegando a Avenida Nazca, el mismo se desvía de su camino repentinamente. “¿Y acá qué pasa?”, pensás. “Ah mal, hay carnaval”.
Te das cuenta de que vas a tener que caminar un par de cuadras de más y de que, cabe la chance, cuando tengas que cruzar la plaza, un par de niñes te bañen en espuma marca Rey Momo. Y acá te avivas de la verdadera grieta entre los que les gusta ser bañados en espuma y papelitos por niñes desconocides y los que lo odian, al punto tal de transformarse en un Grinch carnavalesco que haría todo por evitar que esta fiesta se realice y piensan “epa, quizas no esta tan mal esto del coronavirus, eh”, por la suspensión de este año.
Por lo general, estoy más cerca de la segunda opción, pero este no será un artículo de opinión sobre porque no me gustan los corsos porteños y como me acompleja eso porque, al fin y al cabo, no me gusta renegar de lo popular. No, este es un artículo sobre el Carnaval, pero, más específicamente, sobre su historia. Desde la Europa antigua hasta la murga, esa que no te deja dormir en febrero porque vivís en una avenida porteña, empecemos.
Definamos bien qué es el carnaval.
Antes que nada, debemos decir que el carnaval es, ante todo, una fiesta popular. Como tal, conserva una estructura determinada, una función mítica y se repite de manera periódica. Esto último es clave, como fiesta popular, lo que llamaremos tiempo festivo es esencial: el carnaval tiene una duración determinada, en un momento particular del año, donde se accede a un tiempo que es mítico y sagrado. Si, no se entiende nada, pero más adelante explico por qué el tiempo de carnaval es tanto mítico como sagrado.
Otro aspecto importante de la fiesta popular tiene que ver con el espacio. Algo claro en el carnaval y también fundamental. En este, el espacio carece de límites, produciéndose en un escenario que es a la vez móvil y abierto: la calle. Este es el lugar de interacción por excelencia, por un motivo que también explica los factores anteriores: es donde, durante la fiesta, desaparecerán las barreras jerárquicas de nuestra sociedad.
Esta última es, quizás, la característica principal del carnaval. En esta fiesta participan tanto el rico como el pobre en condiciones de igualdad y las diferencias entre ambos parecerían desaparecer de manera momentánea. Las jerarquías brillan, entonces, por su ausencia. De la misma manera, en el carnaval parecerían desaparecer las normas: es por eso que te pueden tirar espuma impunemente mientras caminas por la calle sin participar de una fiesta a la cual estás implícitamente invitado.
Respecto a esto último son interesantes también los excesos que, históricamente, suceden en estas fechas: abuso de alcohol, groserías, ausencia de seriedad son algunas de las observaciones de sus detractores. En este sentido, el carnaval parecería ser una fiesta que se caracteriza por una transgresión metafórica de las normas y no solo por la inversión de las jerarquías establecidas.
Ahora bien, respecto a esto último hay dos posturas por parte de quienes se han dedicado al estudio del carnaval (si, hay gente que se dedica al estudio del carnaval, porque el mundo es muy bello): están los que afirman que es una fiesta revolucionaria y liberadora para las clases populares. Es decir, son días donde la plebe toma las calles y deja su opresión de lado.
Pero, por otro lado, están quienes afirman lo contrario: el carnaval no sería la liberación de los oprimidos, sino la forma en la cual la ideología dominante asimila sus voces, integrándolos. Sería entonces una especie de ficción revolucionaria, donde el sistema dominante no estaría en peligro real de ser derrocado por una plebe que sólo festeja por unos días en la calle.
Funcionaría entonces como una suerte de “válvula de escape” de las tensiones sociales: por unos días, las jerarquías no son tales, por unos días tomamos la calle, disfrutamos y ponemos incómodos a los de arriba, para que, cuando termine la fiesta, todo siga igual. Esto no es tan claro para los carnavales contemporáneos, pero ya tendremos algunos ejemplos. ¿Cuando? En el próximo apartado.
Breve historia carnavalesca: el carnaval europeo
Los orígenes del carnaval son, aparentemente, difusos. Hay dos líneas de interpretación: en primer lugar están aquellos que afirman que su origen está en la antigüedad clásica. Segun estos, estaríamos frente a una fiesta originalmente pagana, heredada de las fiestas Saturnales de los romanos o las Bacanales griegas, que luego se retomó en la Europa medieval cristiana, momento en el cual se empezaría a celebrar en los tres días previos a la cuaresma (periodo de 46 días previo a las pascuas en el cual no se puede comer carne).
Pero, por otro lado, están aquellos que afirman que no podemos referirnos al carnaval como una fiesta pagana. Según estos, la noción de carnaval es indisociable a la cuaresma por varios motivos: en primer lugar, el propio origen etimológico de la palabra viene del italiano carnelevare, compuesta de las palabras carne (carne) y levare (quitar), por lo cual se referiría explícitamente al ayuno cárnico de la cuaresma. Pero, en segundo lugar, porque los excesos de la misma festividad indicarían un momento de permisividad excesiva previa frente a esta tradición inherentemente prohibitiva.
Por lo cual, lo más seguro es que sea una fiesta de origen medieval que llegó a su auge en el periodo renacentista y barroco. En este último momento será cuando inicie la ya mencionada suspensión momentánea de las jerarquías. Era frecuente, como muestra de esto, la caricaturización de las leyes y de los cargos públicos, entre ellos, el rey. Pero a la vez, aparecerá un elemento fundamental: la máscara. Esta ocultaba los rostros de los participantes transformándolos en seres anónimos. Puede no parecer importante, pero las máscaras permitían ocultar si, el que se hallaba detrás de las mismas, era un pobre, rico o perteneciente a la nobleza, aumentando así la sensación de igualdad.
Recordemos que, en el antiguo régimen nos encontramos con sociedades estamentales, casi completamente estáticas. ¿A qué me refiero con esto? A que el ascenso social era mínimo, estando definido tu estamento según tu lugar de nacimiento. Es así que el campesino nacía y moría campesino, mientras que el noble nacía y moría noble. Había algunas formas de ascenso social, pero eran más bien excepcionales.
Por lo cual, la función de válvula de escape que mencionamos previamente era clave. Desapareciendo las jerarquías sociales por un par de días, desaparecían también las tensiones de la sociedad estamental.
Con la espada, la cruz, ¿y el bombo?: el carnaval llega a América
Con la conquista española, el carnaval llegaría a América. Es necesario aquí aclarar algo: el carnaval no era una fiesta oficial en este momento. Por el contrario, y a pesar de que nobles y reyes pudieran organizar sus propias celebraciones esos días, fue una fiesta que, por los excesos que provocaba, muchas veces intento ser prohibida. Esto se verá con claridad cuando el carnaval arribe a América. Pero, paso a paso, primero veamos cómo llegó a nuestro continente.
Lo primero que es necesario aclarar es que las culturas originarias no tenían exactamente carnavales. Es decir, tenían distintos rituales que incluían fiestas con uso de baile como el Pujillay inca (fiesta agrícola que se corresponde con la recolección de los frutos), pero sería forzado afirmar que se trataba del carnaval, que en ese momento era una fiesta europea previa a la cuaresma.
No obstante, estas celebraciones y bailes rituales que portaban las culturas originarias serán fundamentales para el desarrollo del carnaval. Es que los carnavales americanos no podían ser iguales a los europeos. Mediaban distintos factores, tanto climáticos como económicos y sociales, que no permitirían que esto sucediera. Y quizás el social sea el más importante de estos: la sociedad americana era también estamental, pero tenía una conformación étnica distinta. Esta no solo era habitada por europeos, sino también por pueblos originarios y por africanos esclavizados.
Los dos últimos serán claves en el desarrollo de los carnavales americanos y esto se verá con más o menos intensidad dependiendo la zona con más pobladores de uno o del otro. Es decir, en aquellas zonas donde nos encontramos con más habitantes de los pueblos originarios, su influencia en las formas del carnaval será mayor. Un ejemplo de esto es la zona andina y el carnaval de Tilcara. Lo mismo sucederá en las zonas con mayor población afro, como Brasil y Uruguay, y sus respectivos carnavales.
Cabe aclarar que esto no sucederá de una forma libre de conflictos. Tomemos el caso de los pueblos originarios. Cuando los españoles llegaron a los andes, los pueblos andinos tenían una serie de ritos que, no aceptados por los europeos, debían terminarse. Esto podía solucionarse de dos maneras: la represión absoluta o la yuxtaposición de ritos. Lo que sucederá con el carnaval está más cerca de lo segundo: las fiestas y procesiones andinas se transformarán y se mezclarán con los carnavales cristianos (más aceptados por las autoridades). Los bailes tradicionales pasarán a formar parte así de esta fiesta popular con origen europeo y el carnaval cambiará con el aporte de los pueblos originarios.
El aporte africano vendrá por otro lado: serán ellos quienes agreguen la percusión a esta fiesta. Esta es clave en los carnavales montevideanos, donde, al día de hoy, el candombe ocupa el centro de la escena y también lo será en los carnavales brasileños con la samba.
Pero como decíamos, en América, constantemente el carnaval intentará ser prohibido. Esto tiene sentido, si tenemos en cuenta que aquí nos encontramos con una interrupción de las jerarquías que no solo alcanzaba a europeos, sino a indios y esclavos. El intento de ponerle fin al carnaval será una constante, no solo durante la colonia, sino también luego de las independencias hispanoamericanas. Para dar dos ejemplos: en el año 1790, en Córdoba, el gobernador Sobremonte intentará prohibirlo “por los prejuicios que este ocasiona” y, unos 50 años después, lo mismo intentará hacer Rosas, ya que consideraba que el carnaval se oponía al interés del Estado y el pueblo (1).
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Desde su llegada a América, y hasta el siglo XX, el carnaval no presentará grandes cambios: seguirá siendo una fiesta en las calles fundamentalmente popular. Por su parte, una nueva clase alta ya consolidada lo celebrará puertas adentro con bailes formales, juegos de flores y cabalgatas, entre otros ejemplos.
Las reacciones ante la fiesta en la calle seguirán siendo negativas ante las autoridades y los sectores altos: los únicos grandes cambios que se presentarán serán, al menos en Argentina, más bien técnicos ( luces eléctricas, nuevos tipos de serpentina, etc.).
Pero, como sabemos, el contexto en el que se comenzará a desarrollar desde el siglo XIX será otro. Nos encontraremos aquí con un capitalismo ya desarrollado que, a la larga, acabará por cambiar la esencia del carnaval: si antes era el lugar en donde desaparecían las jerarquías sociales, ahora el carnaval pasaría a ser una mercancía y un espectáculo.
¿A qué nos referimos con esto? En primer lugar, a que el carnaval se transformó en un producto. Esto se hace notorio en un aspecto fundamental: el turismo. Pensemos en el Carnaval de Río o en el Carnaval de Venecia: miles de ofertas aparecen en esos días para presenciarlos. Lo que prima en esto no es un carácter liberador, sino el beneficio económico que esto trae. El carnaval mueve, una vez por año, la economía de las naciones mediante el turismo.
Ahora pensemos en la palabra espectáculo. Habíamos mencionado que el carnaval era, ante todo, una fiesta en la cual todes podíamos participar a nuestra manera. Pensemos nuevamente en los ejemplos que acabo de dar: nos encontramos ahora en una nueva situación en la cual existen protagonistas y espectadores claramente diferenciados. La participación dejó de ser activa.
Podemos afirmar entonces que existe una suerte de domesticación del carnaval: el mismo se encuentra regulado y subvencionado, a la vez que organizado por los propios Estados. Desaparece así la inversión de las jerarquías y la desaparición de las normas, mientras el carnaval se institucionaliza.
Pero que no cunda el pánico, eso no significa que el carnaval haya muerto. Sería injusto afirmar semejante cosa: existen aún murgas y comparsas independientes, desarrolladas en circuitos alternativos que aún alzan su voz en denuncia y en el cual la participación es colectiva y activa, en vez de pasiva y domesticada.
Solo les pido que el año que viene, o cuando sea que el carnaval vuelva, no me tiren (tanta) espuma. Gracias.
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Referencias:
- (1) Ver Las fiestas populares en Hispanoamérica, Sandra Cazón, pp. 348-349
Biblografía:
- Arévalo, M. J. (2010, 21 diciembre). Los carnavales como bienes culturales intangibles. Espacio y tiempo para el ritual. Gazeta de Antropología. Ver online.
- Assef Saavedra, R. (2018). El carnaval y la memoria festiva de los cuerpos. El carnaval y la memoria festiva de los cuerpos, 1.
- Cazón, S. (1992). Las fiestas populares en Hispanoamérica: El carnaval en la Argentina a principios del siglo XX. Jahrbuch für Geschichte Lateinamerikas = Anuario de Historia de América Latina, 343-367.
- Cocimano, G. D. (2011, 31 enero). El sentido mítico y la metamorfosis de lo cotidiano en el carnaval. Gazeta de Antropología. Ver online
- Flores Martos, J. A. (2001). Un Continente de Carnaval: Etnografía Crítica de Carnavales Americanos. Anales del Museo de América, 29-58.
- García Rodríguez, R. E. (2013). La carnavalización del mundo como crítica: risa, acción política y subjetividad en la vida social y en el hablar. Athenea Digital, 121-130.
- Guimarey, María. “El carnaval como práctica social espectacular: perspectivas para una revisión de la historiografía tradicional del Carnaval”. Instituto de Historia del Arte Argentino y Americano – Facultad de Bellas Artes [en línea].