por Francine Riera
Octubre de 1876, casa del cubano Nicolás Domínguez Cowan. Con apenas siete años Andrés Ludovico venció a José Marti en una partida de ajedrez. Marti con las negras, Ludovico blancas. Dio inicio con un gambito de dama. Años después, una miniserie con ese mismo nombre nos tendría expectantes: ¿Será Beth capaz de quitarle el primer lugar al intimidante maestro Borgov? Si ya la viste, o en su defecto te spoilearon, conocés la respuesta. Ahora es el momento de responder nuevos interrogantes.
Siempre me gustó el ajedrez, y su reciente salto a la popularidad colectiva fue un reencuentro significativo. A mi entender es un juego que permite leer a las distintas personalidades expuestas al desafío: la defensa priorizada y la tendencia a un control excesivo, la ausencia de perspectiva, la capacidad de previsión, la obsesión por atacar, la incapacidad de hacer sacrificios que aseguren el largo plazo…toda debilidad humana en un mano a mano que dice mucho más de lo que parece. Cómo no va a hablar también de la historia, el espacio por definición en donde la interacción humana se pone en jaque.
Para quienes disfruten cada tanto una buena partida, sabrán que las pautas que hoy conocemos tuvieron un gran nivel de variabilidad en la historia. Las reglas y las piezas sufrieron muchas modificaciones hasta ser lo que son hoy en día. Pero otras características definitorias permanecen inalterables: la batalla de bandos y la falta absoluta del azar. La historia, por más que nos guste ejercer la confianza ciega en la conducción del universo, es una mezcla incómoda entre la acción medida y lo indeterminado eligiendo hasta qué punto permitir su desenlace.
En esa angustiante realidad que daña nuestro complejo de superhombres, radica la magia del ajedrez: si perdés, es 100% tu culpa. Y además, en un terreno absolutamente incierto.
Suponé que estás jugando con blancas (el color que siempre empieza). Esa primera movida tiene 20 variables posibles. Las negras pueden a su vez, responder con 20 opciones. En la siguiente jugada, las posiciones a elegir son 400. Tras haber efectuado ambos sujetos dos jugadas, las posiciones posibles son 72.084. Hay opciones para rato.
Otro de los motivos que me llevaron a escribir este artículo es la cantidad absurda de datazos que permite contar, útiles en alguna cena familiar donde te enfrentes al clásico silencio incómodo. En el año 2009, el maestro iraní Morteza Mahjoob se enfrentó a 500 oponentes en una simultánea (un jugador contra todos, básicamente). Sumó 397 victorias después de 18 horas de juego. Y por supuesto, batió un Guiness.
A pesar de contar con anécdotas de cifras exorbitantes y de ser practicado desde tiempos remotos, los estudios al respecto son relativamente escasos en relación a otras disciplinas lúdicas o deportivas. Se estima que a lo largo de la historia se escribieron aproximadamente 50 mil libros sobre ajedrez: más que del resto de juegos y deportes juntos. Pese a esto, la incógnita sigue vigente.
Hay distintas teorías sobre su origen. Existe, por ejemplo, un papiro encontrado en el palacio del segundo Ramsés que parece representar al faraón jugando al ajedrez, lo cual coincide con la afirmación de Platón sobre un origen egipcio. Hay pruebas también de que los griegos practicaban un juego de mesa de carácter bélico durante la Guerra de Troya.
Otras teorías lo sitúan en la Mesopotamia, a partir del hallazgo de piezas de barro cocido que parecerían ser de ajedrez. Como mucha gente que lee historia sabrá, a veces leemos diez tomos de información en letra minúscula para que la conclusión sea “yyy…mirá, la verdad que ni idea”, tal como esas temporadas que te dejan esperando con el “Continuará en el próximo capítulo”. Así es un poco la historiografía, aunque si algo nos enseña el ajedrez, es que la etapa de indeterminación, de variables que no entran en los dedos, es divertida y necesaria.
El mayor consenso es que el ajedrez nació en Asia, en el noroeste de la India, a partir del juego de nombre chaturanga, aproximadamente en el año 200 a.C, para alcanzar Europa Occidental y Rusia en el s. XII. El nombre proviene del sánscrito: chatur es cuatro, y anga “parte”. Es decir, cuatro partes. Estas simbolizaban las cuatro divisiones del ejército indio: infantería, caballería, elefantes y carros. Participaban cuatro jugadores, se usaba dado y el tablero tenía 64 casillas. Bastante lejano a lo que conocemos en la actualidad. Además, el objetivo no consistía en hacer jaque mate, sino en eliminar la mayor cantidad de piezas enemigas, por lo que cada una tenía un valor determinado.
Bajo el reinado de Sasánida Khosrau I Anushirwan (531 – 579), el juego fue entrando en contacto con otras regiones a través de las rutas de comercio del noroeste de la India hasta alcanzar lo que hoy conocemos como Irán. Allí cambiaron sus características y fue adaptado al shatrang. Tomó ese nombre cuando los árabes invadieron Persia, a partir del año 634.
El documento más antiguo que informa de la presencia del ajedrez en la Europa cristiana es el testamento de Ermengol I de Urgell, fechado en el año 1007. Aun así, las referencias escritas al ajedrez en el resto del Occidente cristiano no suelen ser tan tempranas.
El contacto con la Europa cristiana se concretó en la proximidad de la frontera de al-Anda-lus y en las relaciones entre las élites del norte y la aristocracia meridional árabe y bereber. Las piezas en general eran intercambidas de forma amistosa en contextos comerciales, e incluso como regalos diplomáticos. En las tierras de frontera se tenía mucho aprecio por el lujo musulmán, por lo que la nobleza feudal cristiana buscaba adquirir y reproducir sus producciones.
A principios del s. VII, sobre todo con la conquista de España en el año 711, llegó a países mediterráneos a través de las campañas de árabes y vikingos. En ese período tuvo muchos cambios. Comenzó a ser de 2 jugadores, y las piezas tomaron los roles actuales, con excepción de la dama y el alfil, que recién serían como las fichas modernas en 1475. En vez de la dama, se usaba el fers (visir, consejero del rey), que podía mover solo un cuadro por jugada en diagonal. El alfil era un elefante que saltaba en diagonal dos casillas. El peón (baidag) todavía no podía avanzar dos casillas en el primer movimiento, posible desde 1300.
La aparición de la dama es fundamental y marca el comienzo del ajedrez moderno. La reina fue creada en Valencia hacia el 1475, inspirada en la reina Isabel la Católica. Su rol podría estar basado en el poder de las reinas en la Alta Edad Media, e incluso hay autores que vinculan el peso de ellas en el pasaje a la relevancia de la reina en el ajedrez como también en la creación del juego de damas.
En la Edad Media, fue popular sobre todo entre los caballeros. Se incluía de hecho dentro de las habilidades que debían poseer, entre otras como cabalgar, tocar el laúd, el tiro con arco, etc.
Todos los cambios fueron destinados a convertirlo en un juego más dinámico. Por ejemplo, cuando 1490 se permitió comer al paso, y con la incorporación del enroque desde 1555, primero como dos jugadas separadas y después como una única desde el 1600.
En un principio era un juego de maniobras muy lento, en el que las partidas duraban varios días. Las competencias comenzaron a organizarse como tradición desde el s. XVI, y el primer campeonato oficial a nivel mundial fue en 1886.
Al igual que otros campos intelectuales, tuvo su apogeo en el s. XVI con el florecimiento cultural del Renacimiento, difundiéndose una gran cantidad de literatura y manuales al respecto. Las más numerosas son las de análisis técnico. Resurgió en Madrid y Barcelona a fines de los 30 del s XVIII, con reuniones de ajedrecistas y círculos que se juntaban en clubes como el Café Levante.
Desde el s. XVIII el interés por el ajedrez fue cada vez más creciente, con Francia e Inglaterra a la cabeza, desde donde se influenció a España. En el s. XX, con la Revolución Industrial, la capacidad de difusión se incrementó, rompiendo con los sectores puramente elitistas para tomar un carácter más popular. La imprenta claramente ayudó mucho, al disminuir el valor de los textos tanto teóricos como literarios al respecto, promoviendo la cultura.
Cuando vi Gambito de Dama, una de las primeras preguntas que se me ocurrieron fue si efectivamente los rusos eran esos gigantes invencibles y míticos en el tablero. No hay mayor fetiche en la investigación que contrastar la realidad con la ficción y encontrar esas similitudes que te invitan a vivir desde tu sillón algo ligeramente más certero.
Efectivamente, Rusia tuvo una vinculación muy importante con el ajedrez. El zarismo lo reconoció y le dio apoyo, al igual que la URSS. La Federación Soviética de ajedrez tuvo mucho peso, y durante este periodo la Rusia socialista se consagró como campeona del mundo: el ajedrez era un sello soviético. Esto nos devuelve a la serie que nos trajo acá: en 1972 durante la Guerra Fría, Bobby Fischer consiguió arrebatarle el primer lugar a Spassky en Reikiavik.
Fue probablemente el match con más difusión mediática de la historia. Los motivos son más que evidentes: insisto, Guerra Fría, un estadounidense contra un ruso, rivales desde las escalas más trascendentes de la globalidad hasta en la minuciosa carrera de casillas. Las batallas son también simbólicas, unos cuantos goles pueden instalar supremacías, y que Gambito de Dama haya elegido situarse en ese escenario da cuenta de ello. Después de todo, las miradas que chorrean poder tantéandose de reojo y al borde de inhalar de la respiración ajena, contrapuestos en su lapidaria lucha solitaria táctica pero genuinamente masiva en el compromiso que ejerce sobre cada sector del tablero dan que pensar…Metáfora para robar por 20 años, mínimo.
En 1924 se fundó la asociación mundial de ajedrez: la FIDE, ente regulador hasta la fecha. Por otro lado, los campeonatos no son el único formato en que pudo darse el juego en la historia y la actualidad.
Existe por un lado la simultánea, que nombre anteriormente, donde un mismo jugador enfrenta a múltiples oponentes, lo cual permite que jugadores principiantes logren enfrentarse a un gran maestro. Su origen se relaciona al francés Francoise André Danican Philidor, quien en 1749 jugó simultáneas a la ciega (como si ya no fuera difícil competir con varias personas al mismo tiempo). El gran maestro argentino, Miguel Najdor, en 1941 en Rosario participó de una simultánea contra 41 tableros, rompiendo el record. El 29 de abril de 2002 se realizó en la ciudad del Ché, en la plaza que lleva su nombre, con 13 000 tableros la simultánea más grande del mundo, constituyendo un récord mundial en Guinness.
Un momento clave para la formación del ajedrez moderno, fue bajo el reinado del Rey Alfonso X, rey de Castilla, León y Galicia entre 1251 y 1283. Conocido como el Rey Sabio fue quien bautizó al ajedrez con su nombre. Escribió un tratado para enseñar sus reglas y encargó el libro de ajedrez más antiguo que conocemos, dentro del códice de Libro de juegos de ajedrez, dados y tablas.
No solo tenía reglas, sino que mostraba 103 problemas. Cada uno de ellos llevaba una ilustración junto a una descripción de la resolución. Es destacable cómo aparecían retratados distintos sujetos sociales: los musulmanes llevaban barba y turbantes, los judíos tenían nariz aguileña, etc. Las mujeres aparecían jugando, aunque la práctica femenina masiva fue por motivos evidentes más tardía, a fines del s. XIX.
En el texto, además, Alfonso X se posicionó sobre la valoración que Dios hacía del juego. Hay que tener en cuenta que en el s. XI una bula papal había prohibido la práctica de este juego por considerarlo demoníaco. Frente a eso, el rey eligió el camino de la polémica: alegó que Dios quería que los hombres se divirtieran con los juegos, para compensar el trabajo cotidiano.
Del libro se deduce la variedad de tableros que existían. Raramente eran de madera, y en general estaban hechos de tela, fácil de guardar y transportar. En muchos casos también se dibujaba en la arena, usando piedras como piezas.
A partir de este manuscrito se extendió la costumbre de usar casillas en blanco y negro, antes todas de un mismo color. Esto dio pie a las metáforas literarias y morales con la oposición entre ambos colores en representación del día y la noche, la vida y la muerte, etc.
El libro enuncia también modificaciones que se hicieron bajo su reinado. Por ejemplo, la torre, en su origen hindú era un carro de combate. Los persas la llamaron Rukh, y evolucionó hasta el castellano Roque. El alfil era una pieza mucho menos poderosa en la Edad Media, ya que, aunque podía saltar sobre sus piezas y las del enemigo sólo tenía acceso a 8 casillas, pues podía ir tan solo hasta la tercera casilla en diagonal. Otra novedad fue que los peones pudieran moverse dos casillas en la primera jugada, aportando nuevamente mayor dinamismo.
Más cambios respecto a las reglas árabes fueron respecto a la prohibición islámica de representar imágenes, motivo por el que usaban piezas con formas geométricas, a veces difíciles de distinguir entre sí. Alfonso X incorporó las piezas descriptivas que se acercan a las que hoy conocemos. Sobre otras diferencias culturales, la tradición árabe usaba los mansubat, posiciones tomadas de partidas reales de grandes jugadores. La diferencia con Europa Occidental fue que mientras que los primeros priorizaban el valor estético y bello, los europeos les dieron un sentido más práctico para ganar tiempo y anteponer una victoria en la menor cantidad de jugadas.
Como pudimos ver, las modificaciones en el ajedrez no solo fueron una avanzada hacia mejoras pragmáticas para que fuera más dinámico y por ende popular. En esa concepción hubo también una contraposición cultural que nos habla de modos de entender no solo el juego, sino también la vida.
Nuevos debates aparecerían siglos después, cuando se crearan los autómatas. Estas máquinas fueron diseñadas para vencer algorítmicamente hasta a los jugadores más experimentados. El primero fue construido por Wolfgang von Kempelen en 1769. Era una cabina de madera de un metro veinte de largo y 90 cm de alto con un maniquí encima, vestido con túnica y turbante. Dentro se escondía una persona jugando, que derrotó en una gira por Europa durante la década de 1780 a Napoleón Bonaparte y Benjamin Franklin (sí, me gustan las anécdotas de famosos perdiendo al ajedrez).
En 1912 se creó El Ajedrecista. A través de electroimanes bajo el tablero, podía jugar sin intervención humana, aunque no era muy preciso, como sí lograría la primera computadora destinada a ello: Belle, diseñada en los Laboratorios Bell, de Nueva Jersey en 1973.
En 1997, en Nueva York, el campeón del mundo Garry Kasparov perdió ante un ordenador de IBM llamado Deep Blue. El humano derrotado por su propia creación, y el miedo que de ahí emana hacia la tecnología, fue un punto de inflexión para la historia del ajedrez. Por suerte, lejos de ser un limitante, las computadoras permitieron, por el pequeño costo de destruir un par de egos, que hoy en día con un solo click podamos disfrutar de una partida.
Podría seguir desarrollando al respecto, reparando en el desarrollo del juego en cada país, en las incorporaciones más recientes, en las controversias, e infinidad de puntos más. Pero por ahora, prefiero pedir tablas.
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