Candombe uruguayo, territorio de lucha.

por Zoe Brodsky Mercer

Cuando hablamos del candombe hablamos de una historia de luchas por conservar la dignidad en un contexto de trata de personas. Hablamos de padeceres que sufrieron las víctimas del esclavismo y de su enorme y singular manera de resistirla: mantener vivos los ritmos africanos recordando el pasado y haciéndose lugar, colectivamente, en un nuevo presente.

Los orígenes del candombe

El candombe nació en la década de 1810 en Río de Janeiro, principal puerto sudamericano de la ruta esclavista con África. Ese primer candombe resulta de la combinación de rituales de distintas culturas de origen africano centroccidental.

El candombe aparece en Montevideo en 1829, inmediatamente después de la ocupación luso-brasileña de Montevideo (1817-1829), probablemente llevado por esclaves africanes que habían estado en Río. Esas personas en su mayoría eran de en Angola o el Reino del Congo, África.

En Montevideo esclavos y libertos negres se congregaron en distintas organizaciones: cofradías y milicias negras, espacios de participación negra en la Iglesia y el aparato gubernamental-militar bajo la tutela blanca, y las “naciones” o “salas de nación”: asociaciones de base africana que funcionaron por fuera de las instituciones blancas autorizadas. Aquellas naciones no eran necesariamente coincidentes con las etnias africanas, y fueron la base de formación de nuevas identidades grupales (negras o afro). Las segundas fueron las más populares gracias a su mayor margen de acción. Algunas salas de nación fueron la Lubolo, Camundá, Songo, Benguelapor o Congo, por ejemplo.

Dia de Reyes

El Día de Reyes fue la principal festividad en la que el candombe se hacía presente en Montevideo del siglo XIX. Si bien también se candombeaba los fines de semana y, más avanzado el siglo, durante los carnavales, eran los 6 de enero cuando se celebraban los candombes más importantes.

El Día de Reyes (el mismo que usualmente celebramos hoy en día) es una celebración de tradición cristiana donde se conmemora la adoración del niño Jesús por parte de los tres reyes magos, uno de los cuales era africano: San Baltazar.

La fiesta duraba todo el día. Comenzaba con una misa frente al altar de San Baltazar, continuaba con un banquete y la elección de los representantes de cada sala de nación y terminaba con un gran baile y batucada.
En esta última participaron como espectadoras personas no africanas ni afrodescendientes, dejando usualmente una “propina” por el espectáculo. La presencia de gente no africana (incluso de autoridades locales) fue en aumento a lo largo de los años.

Este evento puede interpretarse como la estrategia negra para mantener sus costumbres, vista con buenos ojos por las elites gobernantes de la ciudad. Con la excusa de una festividad cristiana -de la que efectivamente pudieron apropiarse-, el culto a San Baltazar, pudieron volver a practicar sus propias ceremonias y manteniendo viva la tradición colectiva de la danza y el toque de sus ritmos.

Por otro lado, lograron mantener sus organizaciones gremiales internas en las Salas de Nación eligiendo representantes democráticamente. Esto era válido tanto para la organización interna, como frente la élite gobernante blanca. La cuestión de elegir democráticamente a sus representantes no es un dato menor. Por el contrario, se trata de otra apropiación de una característica legitimadora: la lógica republicana. Mediante esta táctica lograron que sus representantes fueran legítimos y aceptados a los ojos de la élite criolla.

Así, el Día de Reyes fusionaba dos realidades superpuestas. Por un lado el pasado africano, reproduciendo y reivindicando las costumbres de sus patrias volviéndolas locales, y por otro el presente montevideano con la adopción de símbolos nacionales como la bandera y el uniforme militar que, además, los vinculaba con otros milicianos no afro.

De ese modo dos tradiciones, la euro-cristiana y las afro (un sin fin de culturas distintas), se articularon para dar un sentido de continuidad a su propia historia. Asimismo, y sin ser conscientes de ello, empezaron un proceso de conformación de una identidad o cultura popular que, con los años, sería fundamental en la identidad uruguaya.

1830-1850: pujas sociales

El período de 1830-1850 se caracterizó por una enorme exclusión y represión hacia las comunidades afro en Montevideo por parte de las elites blancas. Los agentes del proceso fueron la prensa y la policía, y su objetivo -en gran medida logrado- fue expulsar a los sectores negros y a sus celebraciones de la ciudad, reubicándolas en el distrito sur y luego en la periferia de Montevideo Antiguo (hoy Ciudad Vieja), más allá de los restos de las antiguas murallas (sí, antes las ciudades tenían murallas). La estrategia fue el encarcelamiento arbitrario, sobre todo a negres y mulates libres.

La libertad de vientres (es decir, que todes les hijes que parieran esclavas nacerían legalmente libres) y la prohibición de la esclavitud eran parte de la nueva constitución de 1830. Esto condujo a relaciones laborales asalariadas y al disciplinamiento de la población liberada. Es por ello que a lo largo de todo el período de 1830 a 1850, la élite blanca veía en los candombes la promoción de la inmoralidad, el desorden público y la indisciplina laboral.

De 1843 a 1845 los bailes se prohibieron intermitentemente; dependiendo ese vaivén de qué tanto se necesitara de los batallones de milicianos negros.


A partir de 1853 observamos la consolidación definitiva del traslado de candombes y de las salas de nación hacia fuera de la Ciudad Vieja. En la década de 1860 se terminaron de establecer los históricos “barrios de negros” de Montevideo, Palermo, Cordón y Barrio Sur. Esto se debe tanto al aumento de alquileres en Ciudad Vieja como a la persecución policial y la prohibición de las batucadas dentro de la ciudad. Estos nuevos barrios eran zonas escasamente pobladas por la proximidad a los cementerios, a la costa y a los depósitos de basura.

Un espacio común: el carnaval

Si bien en 1830-1850 las élites gobernantes intentaron a toda costa coartar las celebraciones populares africanas, eran conscientes de que ese sector de la sociedad debía ser incluido para poder ser controlado. Así es que ellas aceptaron e incluso fomentaron las celebraciones de base africana en la medida que estas cumplieran fines patrióticos.

Así nacieron, en la segunda mitad del siglo XIX, los carnavales: festividad de origen medieval cuya función era marcar -a partir de excesos permitidos únicamente ese día- qué cosas estaban permitidas y qué cosas no. Su imposición fue un intento por consolidar una cultura local común. Para ello se impulsaron desde el gobierno obras de teatro, desfiles y bailes públicos. Se necesitaron músiques y bailarines/as, roles que desempeñaron les negres llevando sus tradiciones a la nueva vida local montevideana como centro de los espectáculos callejeros.

En las batucadas quienes tocaban tambores eran siempre varones. Las mujeres fueron tanto bailarinas como objetos de deseo (sumamente cosificadas) en las letras de las canciones.

Desde su aparición en el siglo XIX hasta entrado el siglo XX vemos la transición desde un carnaval descontrolado hacia otro disciplinado y regulado por ordenanzas estatales. A su vez, vemos la sustitución de las comparsas improvisadas en familia por comparsas profesionales, la eliminación del juego con agua, entre otras medidas. El elemento constante y más popular fue -y sigue siendo- la centralidad de ritmos, canciones y danzas de base africana. Aunque no sin alteraciones: el candombe pasó a ser algo nuevo a partir de las particularidades locales que lo influenciaron y nutrieron a lo largo de su historia.

Las primeras comparsas carnavalescas fueron negras. El signo característico de la década de 1880 fue su profesionalización, dando fin a las comparsas improvisadas. Las dos más populares en la segunda mitad del siglo XIX fueron “La raza africana” y “Los pobres negros orientales”. Las diferencias de los nombres son notorias, y cristalizan las diferencias ideológicas de cada una. Mientras que una reivindica abiertamente sus raíces africanas, la otra se arraiga en su condición actual, es decir, la negritud, la pobreza y el ingrediente nacionalista o localista de “orientales”.

El segundo grupo declaró en su carta de fundación que su objetivo central era crear una academia de música de instrumentos europeos (piano, violín, flauta, guitarra), mientras que los instrumentos de base africana figuraban como un acompañamiento, ya que se asumía el popular conocimiento de ellos. De esta manera nació el tango (en aquella época “tango” y “candombe” eran utilizados indistintamente): de la mezcla entre los ritmos africanos y las melodías e instrumentos europeos.

Las letras de sus canciones copiaron el estilo de la poesía blanca. Se hablaba en ellas “amor” -sobre todo hacia las negras y morenas-, de política, de economía y denuncias sutiles a la discriminación racial.
En las canciones sobre política encontramos ridiculizaciones a las elecciones presidenciales de 1873, burlas hacia el dictador Lorenzo Latorre en 1877 y también su apoyo al partido colorado. Alrededor de la temática economía encontramos denuncias sobre la desvalorización del papel moneda. En cuanto a denuncias sobre la discriminación racial encontramos:

“Porque natura puso en nosotros
Como la noche negra la faz,
Somos cual parias para los blancos
Y nos rechaza la sociedad
Al servilismo se nos condena
Humillaciones sólo nos dan
Sin que comprendan nuestro infortunio,
Nuestro tormento, nuestro penar”

En este sentido las batucadas carnavalescas sirvieron para expresarse en un espacio común donde la comunidad entera escuchaba atentamente sus denuncias.

Entiendo entonces al candombe como territorio de lucha simbólica. El carnaval abría un espacio común que reunía a la comunidad toda sin distinciones de clase o etnicidad. La participación en las comparsas, y por medio del candombe, les negres pudieron expresarse como sujetos políticos, compartir sus opiniones y denunciar injusticias. La dimensión de territorio de lucha simbólica se cristaliza aún más cuando observamos esta estrategia en las comparsas blancas.

Tanto para las élites como para los plebeyos (blancos) el candombe representó un espacio cómodo para reforzar su superioridad sobre las naciones africanas: para ellos el candombe era tan ridículo como irresistible. La aparición de comparsas blancas entrada la década de 1870 se denominan “comparsas de negros lubolos” o “comparsas lubolas”; sus integrantes eran jóvenes blancos de clase media-alta que pintaban sus caras con hollín para disfrazarse de negros.

El fenómeno blackface no fue invento de estos grupos. Por el contrario, se trata de una práctica extendida en toda América que representaba (y sigue representando) un gran intento de colonización a la cultura negra: una práctica que se movía entre la envidia y el insulto.

El reforzamiento de la idea de supremacía blanca puede analizarse desde los nombres de esas comparsas o las letras de sus canciones. En ambas reprodujeron la sumisión negra hacia les blanques y las normas del “amor” heteropatriarcal de las clases medias y altas: la prohibición del sexo extramatrimonial y la imposibilidad de una unión matrimonial racial diversa, ubicando a les negres en una posición marginada en la sociedad uruguaya. Todo esto me permite interpretar al candombe carnavalesco como un espacio (más) al que miembros de la élite blanca con raíces europeas quiso colonizar.

A pesar de todo eso los “negros” lubolos en sus canciones también denunciaron, criticaron y atacaron la discriminación y desigualdad racial. Esta dinámica de ejercer violencia y a la vez denunciar y explicar por qué está mal, puede ser leída como una especie de “whitesplaining” (1).

Candombe: un espacio popular

A pesar de que durante el período 1875-1900 el Dia de Reyes se fue disipando, la participación negra en las milicias caía en el olvido y los últimos miembros de las naciones africanas iban muriendo, el candombe logró prevalecer en las comparsas carnavalescas a partir de 1900.

La gran ola inmigratoria a raíz de la Primer Guerra Mundial aclara la creciente presencia blanca en las batucadas carnavalescas. En este momento el candombe se tiñe definitivamente de popular, con el distanciamiento final de las clases altas.

La clase trabajadora inmigrante fue radicándose en los barrios más populares de Montevideo, en los históricos barrios negros: el Barrio Sur, Palermo y Cordón. Así aprendieron de primera mano la cultura del candombe; estos nuevos negros lubolos tomaron elementos tanto de las comparsas negras como de las blancas: la nostalgia del pasado en la tierra natal, por un lado, y el pintarse la cara de negro al tocar, por otro.

Este grupo aportó un elemento clave y característico del candombe uruguayo actual: la centralidad de los instrumentos percutivos africanos, desplazando por completo a los de base europea, reinvirtiendo la tendencia “civilizatoria” del siglo anterior.

La aparición de las “comparsas proletarias” trajo aparejado la inclusión racial: hacia los primeros años del siglo XX existían ya varias comparsas que incluían tanto negros y mulatos como blancos, aunque siendo los afrodirectores quienes dirigían estas comparsas. Todos los tamborileros continuaban siendo en su mayoría hombres, siguiendo las mujeres relegadas al baile y al objeto de deseo de las canciones.

Sus letras hicieron hincapié en la melancolía por el abandono de la tierra natal al otro lado del océano. Para les emigrades de Europa, así como para les africanes de la primera mitad del 1800, las comparsas fueron la contraparte de sus organizaciones sindicales: sindicatos obreros y milicias, respectivamente.

La finalidad del candombe en los barrios marginados responde para les emigrades del siglo XX a lo mismo que respondió para les africanes en condición de esclavitud del siglo anterior: crear lazos comunitarios y vínculos sociales fuertes, que recogieran su pasado dándole un sentido de continuidad, arraigándose colectivamente a la nueva patria.

En esta clave puede ser leído el candombe, como creador de identidades colectivas que unió pasado y presente en un mismo sentido, incorporando elementos nuevos que hizo de esta expresión popular un espacio cómodo para incorporarse a la vida colectiva uruguaya.

Notas:

  • (1): Juego de palabras entre “white” (blanco) y “explaining” (explicar/explicando). Homólogo al mansplaining  (menosprecio del hablante hacia quien escucha por el único hecho de que quien lo hace es una mujer y por lo tanto le supone una capacidad de comprensión inferior a la del varón) en materia de etnicidad.

Bibliografía:

  • Borucki, Alex: De compañeros de barco a camaradas de armas. Identidades negras en el Río de la Plata, 1760-1860, Buenos Aires, Prometeo Libros, 2017.
  • A. Frega: “Uruguayos y orientales: itinerario de una síntesis compleja”, en José Carlos Chiaramonte, Carlos Marichal y Aimer Granados (comp.), Crear la nación. Los nombres de los países de América Latina, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 2008.
  • Reid Andrews, George: Negritud en la nación blanca: una historia de Afro-Uruguay, 1830-2010, Montevideo, Librería Linardi y Risso, 2011.
  • Foto “candombe federal”. Crédito: https://bit.ly/2QDWjkm
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