Reseña de “¡CANTEN, PUTOS!”

por Gastón Mazzaferro

Historia incompleta de los cantitos de cancha

Corría el año 2007. El dólar estaba menos de 4 pesos, la presidencia de Néstor Kirchner llegaba a su fin, Celina Rucci ganaba la final del Bailando con un rating promedio de 36,5 puntos y mi viejo me llevaba por primera vez a pisar un estadio de fútbol.

En ese momento yo tenía unos 7 años y, tras años de estar más cerca de la gimnasia artística y la cerámica que del futbol y, luego de dudar si era hincha de River o de Lanús por una cuestión de pertenencia geográfica, mi padre había decidido que era el momento en el cual lo acompañe a su ritual de todos los domingos.

La decisión ya estaba tomada y, un domingo de septiembre, emprendimos viaje hacia el Monumental: nos despertamos alrededor de las 11 de la mañana, comimos unos panchitos, nos tomamos el tren San Martín, luego el 15 en Pacifico y, un rato antes de las 15hs —hora de inicio del partido— llegamos a las boleterías del estadio, donde compramos una entrada al hoy módico precio de 7 pesos.

Ese día River jugaba con Rosario Central y, si mi viejo quería convencerme de que me guste el fútbol y sea hincha de su mismo equipo, debemos decir que el partido fue perfecto y no careció de emociones en absoluto. Central comenzó ganando rápidamente 2-0. Mientras avanzaba el segundo tiempo, River logró empatarlo, pero, en el minuto 92, el equipo rosarino metió el tercero y se adelantó, sobre la hora, en el marcador. El partido ya parecía definido, pero en el minuto 98 (si, 98, gracias Lunati por adicionar 8 minutos), Falcao de cabeza puso el empate para River, cerrando un partido con, nada más y nada menos, que 6 goles.

Pero el espectáculo no terminó ahí. Sabemos que, al menos en el fútbol latinoamericano, el juego no es esencialmente lo principal. Luego de que River empatara de manera polémica el partido —porque nada, habían adicionado como 10 minutos, que se yo—, los hinchas de Central en la tribuna visitante (si, se jugaba con visitantes) comenzaron a arrancar y a revolear las sillas de su tribuna. Mientras esto sucedía, los hinchas del local festejaban el empate como una victoria y entonaban la merecida canción de burla: “mirá, mirá, mirá/ sacale una foto/ se van para Rosario con el culo roto”.

Obviamente, teniendo 7 años, lejos estaba yo de saber con exactitud qué significaba tener “el culo roto”, pero todo el espectáculo me había parecido una maravilla y para mi viejo fue una victoria, porque comencé a asistir con él a la cancha todos los domingos y a cantar cuando correspondía la misma canción, solo que modificando el área geográfica del derrotado: si le ganábamos a Estudiantes el “Rosario” se convertía en un “La Plata”; con San Lorenzo era un “Boedo”; con Boca era “La Boca” y así sucesivamente..

Pero, ¿De dónde salió ese canto? ¿Quién lo compuso? ¿Quién (o quienes) escribió esa letra geográficamente universal? Esta larga introducción no tiene como objetivo responder estas preguntas. Pero sí recomendar un libro que puede comenzar a hacerlo. Estoy hablando de ¡Canten, putos! Historia incompleta de los cantitos de Cancha, escrito por Manuel Soriano en el año 2020 y editado por Gourmet Musical.

¡Canten, putos! no es exactamente un libro de historia —ni pretende serlo—, pero tampoco está tan lejos. Es, en principio, un libro de crónicas sobre las peripecias del autor intentando averiguar el origen de distintas canciones de cancha. Un tema que podría parecer resuelto consultando a amigues o usando Google se transforma en un libro hermosamente entretenido. ¿Por qué? Porque, como afirma el autor, las historias detrás de las distintas canciones de cancha son tan espectaculares (y a veces incoherentes) que permiten hablar en una misma crónica de “Sergio Denis, las montañas de Aspen, el masoquismo de la hinchada de Racing, Tchaikovsky, las sombrillas y los bombos, Carlos Menem, el Challenger, la Viuda de John Denver, Nueva Chicago, el órgano chino de mi hija, las hamburguesas grasientas de Sheffield, “El abuelo”, la noche oscura del alma, Ned Flanders y Tom Jacobim”(1) de manera completamente hilada.

El libro se divide en 10 capítulos, cada cual sobre un tema y/o una canción de cancha en particular. La historia detrás de cada una es increíble: generalmente, una canción, que nada tiene que ver con insultar a un rival o alentar al propio equipo, aparece de base para que las hinchadas hagan su trabajo. Uno de mis capítulos favorito es, quizás, el primero: la historia detrás de una canción mexicana ochentosa, cantada por Sonia Rivas, que se transformó en la famosa canción titulada “La concha de tu madre, All Boys”.

Esto que nos puede parecer increíble —que una canción mexicana que pocos hoy recuerdan sea la base de semejante canción de cancha— se repite de distintas formas en todos los capítulos. En el capítulo 2, esto sucede con una canción de la Joven Guardia de la década del 70; en el 3, con una serie de canciones brasileñas que terminaron en canciones que van desde insultos a árbitros cuando dirigen mal (“[inserte apellido] hijo de puta/ la puta que te pario”x2), hasta adaptaciones de canciones de la mismísima Xuxa.

El cuarto es probablemente el mejor capítulo (o al menos el que más me gustó). No sólo no trata sobre una canción en particular, sino que creo que es el primero que problematiza sobre los temas que tratan las hinchadas en sus canciones. En este caso, sobre la homofobia presente en las canchas. Mezclando anécdotas propias y ajenas, el autor menciona estudios antropológicos relevantes sobre el tema y se refiere a lo largo de todo el capítulo a la importancia de la masculinidad en los estadios: “lo macho es bueno, lo puto es malo” (2), afirma.

En el quinto vuelve a tratar la historia de una canción. En este caso es sobre cómo el tema It´s a heartache de Bonnie Tyler se transformó en una canción de decepción hacia el propio equipo (la famosa “jugadores, la concha de su madre”).

El 6 es otro de los mejores capítulos que nos trae este libro. Aquí el autor nos describe cómo funciona la creación de las canciones de cancha, quienes son los encargados de modificar las letras, como se pasa de la composición en un asado a la entonación en una popular, etc. Aquí el concepto clave que se introduce es el de “contrahechura”, el cual se refiere al proceso en el cual se pasa de la canción original a la modificada.

En el séptimo capítulo, Soriano nos vuelve a traer una canción que nada tiene que ver con lo que será cuando llegué a las canchas argentinas: en este caso Annie’s Song de John Denver que acabará convertida en una canción sobre matar ingleses. En el octavo, el tema es otro: los cantos políticos y la homofobia en los estadios de fútbol. Mientras tanto, el noveno, trata sobre los cánticos referidos a Maradona.

Este capítulo lo recomiendo por dos motivos: en primer lugar, por la exactitud de la predicción con la cual el capítulo inicia (“nos pusimos a imaginar el día de la muerte de Maradona: el cortejo, la plaza llena, flores, épicas, ofrendas…) (3) y, en segundo lugar, por su sentencia sobre lo que la muerte de Maradona podría producir (y produjo) en un varón futbolero: un “cortocircuito en los mandamientos de la deconstrucción” (4), un hombre que puede llorar, pero que lo hace por Maradona.

Y así llega al décimo, donde nos confundimos otra vez: ¿Como una canción del musical Hair pudo terminar en las tribunas argentinas?

En fin, recomiendo el libro por varios motivos: en primer lugar, me da nostalgia. Siendo una persona que va a la cancha desde que tiene 7 años, cada vez que aparecía una canción que conocía —luego de sorprenderme por su origen— terminaba cantándola en susurros lo que restaba del día. En segundo lugar, el libro no se priva de tratar temas ásperos y recurrentes en los estadios argentinos: machismo, homofobia y xenofobia, entre otras cosas. En este sentido, es además un libro útil: sentarse a analizar lo dado nunca está de más, sobre todo teniendo en cuenta que el 99% de los cantos de cancha son machistas u homofóbicos.

Finalmente, lo recomiendo por su utilidad historiográfica. Está bien que no es un libro de historia, ni se propone serlo. Pero lo cierto es que, en muchos pasajes de su desarrollo, podemos observar parte del oficio del historiador: pasar horas y horas en búsqueda de fuentes fiables que nos permitan corroborar nuestra hipótesis.

Por eso, lean ¡Canten, putos!, regálenselo a su amigo heterosexual progre un poco acomplejado porque aún le gusta el futbol, a algún familiar o a quien quieran. Y, si su amigo es de Rosario, cuando se lo envíen, no se olviden de sacarle una foto.

~

Referencias:

  • 1: P. 11
  • 2: P. 44
  • 3: P. 85
  • 4: P. 85

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