Reseña: El colapso ecológico ya llegó

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por Francine Riera

¿Sabías que la Alumbrera, una explotación minera a cielo abierto localizada en Belén, Catamarca, está autorizada a consumir más de 86 millones de litros de agua por día, una cifra mayor a la que consume el total de la provincia? ¿O que la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera alcanzó su récord en 2018?

Los datos siempre están ahí, ofreciéndose, alarmando, y un poco escondidos entre tanto barullo de cifras, posiciones, alertas y disputas por la localización privilegiada en agendas políticas acotadas.

“El colapso ecológico ya llegó”, el último libro publicado por Maristella Svampa y Enrique Viale en la Editorial Siglo XXI, se constituye así, en sus propias palabras, como una brújula: la actualidad nos obliga a forjar nuevas directrices, nuevos caminos. Si algo repetimos incansablemente sobre la pandemia, desde los primeros esbozos teóricos que estallaron hace unos cuantos meses, es que expuso las grietas pendientes de modelos económicos, sociales y políticos no solo en nuestra región sino en todo el mundo.

Con más reflexiones sobre los hombros, encontrándonos ya en diciembre, las respuestas urgen y nos invitan a que no se replieguen sobre lo que supieron evidenciar. Los datos no operan como el discurso selecto de los medios de vanguardia, o del redactor más escuchado. La información aislada está condenada a una muerte prematura. Si hay algo que incita a hacer este libro, es poner la recolección de la investigación en función de futuros que demandan acción inmediata.

Los debates por el medio ambiente son una adquisición reciente de los movimientos políticos. Como explica el libro, las disputas por su inclusión en los temas de relevancia comenzaron a tomar forma recién en la década de 1980. Sin embargo, en estos últimos años adquirieron relevancia masiva, coronada por la Marcha por el Clima del 15 de marzo de 2019, que reuniendo más de 70 países fundó una nueva etapa en materia ambiental.

Hoy abrimos el inicio de Instagram, y de 8 posteos 10 hablan de fracking, cambio climático o desarrollo sustentable. Las investigaciones al respecto se multiplican, e incluso en nuestras conversaciones cotidianas se cuela la problemática medioambiental como esa baba que cuelga incómoda.

La terminología es novedosa, los nuevos criterios jurídicos como la “precaución” de los Estados, son de reciente incorporación. Se exige así desde la legalidad que toda política de planificación sea responsable con el medio ambiente: prevenir antes que curar, básicamente. De allí nació por ejemplo la justicia climática, que recién apareció concretamente en 1999 con el grupo Corporate Watch. Nuevas palabras para conflictos que en las últimas décadas mostraron las peores facetas de un modelo en crisis: pensemos tan solo en Chernobyl en 1986, en la creación de los “Partidos Verdes” a principios del s. XXI, la aparición de Greenpeace en 1971: una multiplicación desenfrenada que recién hoy se establece como un punto real en los programas mundiales.

Un primer punto que destaco de este libro, es la vinculación que establece entre los modelos locales y los mundiales. Menciona cómo la globalización, con la puesta en función de economías latinoamericanas volcadas hacia la exportación de sus bienes primarios, forjó una pérdida de autonomías productivas y una política extractivista profundamente nociva para los ecosistemas.
De esta manera, las economías locales pierden sus identidades y sus soberanías. En definitiva, una integración que no integra.

Sobre este planteo, el libro desarrolla el rol que tomaron y toman los movimientos ambientalistas, focalizándose en los casos regionales y sobre todo en los ocurridos dentro de los marcos de Argentina y sus provincias. Muchos de ellos nos resonarán: desde la controversia sobre Vaca Muerta hasta el neoextractivismo, Monsanto, el desmonte a gran escala, y una infinidad de etcéteras que conviven hasta la fecha bajo una problematización escasa.

Con esta selección de casos delimitados territorialmente, el libro construye un concepto que es fundamental para la lectura: el equilibrio.

¿A qué me refiero? A través de sus páginas, la delicada combinación de variables que permite nuestra subsistencia es mostrada como un punto en crisis. Por ejemplo, el cambio climático aumenta las precipitaciones, lo cual incrementa el caudal de los ríos. En nuestro país, el río Matanza-Riachuelo desborda con más facilidad, inundando frecuentemente a la Villa 21-21, la más grande de Capital Federal.

Es decir, el colapso de la estabilidad por tan solo el aumento de un dígito en la temperatura es una garantía que sorprende y que sobre todo, tiene que dejar de sorprender. A su vez, la desigualdad social se apoya en el desbalance climático (por eso elegí ese caso específico), que a su vez parte del mismo modelo desigual que mediante un extractivismo desenfrenado y lógicas que benefician ante todo a grandes conglomerados económicos genera las propias grietas sociales que acentúa con las consecuencias que tiene en su matriz.

(31/08/2015 “Calor humano” – TXT Ezequiel Arrieta – El gato y la Caja)

La ciencia en función del medio ambiente demuestra que la supervivencia implica un balance sutil, donde la eliminación de un recurso retumba en otra problemática, donde la sequía en un territorio posee como contrapartida la inundación de otros.

Es ese equilibrio, el que se hace visible también en su cara social.El exceso de agua habla de su ausencia en otra latitud, y el acceso a los recursos de algunos (pocos) sectores sociales implica la carestía de otros. Probablemente ya sepamos hace bastante que el mundo es desigual, pero comprender cómo se entrelazan todas las desigualdades posibles que relatamos incansablemente y entender que hay una profunda influencia en ello de nuestra incómoda relación con los recursos y la naturaleza, es otra historia.

Un hecho no solo es conflictivo en sí mismo: cuando nos angustiamos frente a la extinción de una especie, o por una catástrofe de gran magnitud, debemos comprender también la ola de reacciones en cadena que acarrea a nivel global. Sí, el efecto mariposa no era tan solo una fantasía conspiranoica.

Así es como los autores llevan las facetas del desequilibrio a todas sus formas: mencionan por ejemplo la desigualdad entre el mundo urbano y rural, al relatar por un lado la disposición de un país que concentra la mayor parte de sus riquezas en la urbe y la capital, y donde la producción rural es destinada a ese primer objetivo, sin olvidar la inestabilidad ecológica en ciudades donde prima la rentabilidad y los negocios inmobiliarios antes que la proliferación de parques y áreas verdes o de infraestructura en asentamientos precarios.

El desequilibrio no se muestra solo en los problemas, sino también en las posibles respuestas: el texto se explaya sobre correlaciones geológicas, biológicas y muchas lógicas del palo del cientificismo, pero por otro lado obliga al mundo científico de laboratorio y bata a dialogar con las ciencias sociales para comprender las desigualdades que se juegan en el problema ambiental. Hace, por ejemplo, hincapié en los pueblos originarios que ven comprometidas históricamente sus tierras en función del desarrollo de un modelo del que están excluidos por definición, como los sujetos que “sobran”.

Allí, las ciencias naturales tienen una responsabilidad, y pueden aportar información para repensar cómo se desarrolló la historia, pero escuchando también las propuestas y narrativas de los sujetos afectados.

Los modelos de desarrollo que quedan truncos ante realidades que se les escapan y traen serios cuestionamientos ante las falsas soluciones de mercado a la crisis ambiental . Este libro es fuertemente crítico a las contradicciones latentes en gobiernos desarrollistas y populares al respecto, donde se avanza jurídicamente en materia de inclusión y políticas amables con los territorios, pero se cede fácilmente frente a las presiones de grandes corporaciones o de las propias ineficiencias dentro de un sistema que, hasta la fecha, no tiene herramientas para sostenerse sin resignar.

Pese a que considero que la puesta en agenda a escala global de esta problemática es reciente y la articulación entre sociedad civil y Estado se construye sobre dinámicas de esta índole, a partir de la visibilización alcanzada a la fecha las exigencias deben incrementarse por la lógica propia en el ascenso del debate. Es decir, los Estados no avanzan sin que el tema propuesto tenga un piso de relevancia social, y aunque el rol de la sociedad sea exigir y poner en agenda sus necesidades, la difusión tardía del ambientalismo nos reclama una autocrítica, como la cuestión postergada hasta la fecha por todos los sectores de la sociedad y la política, salvo escasas excepciones.

Pero la autocrítica surge de una actualidad donde, un poco a los tumbos, pudo definitivamente ponerse en boca de los Estados y de la política pública, a pesar de las contradicciones, retrocesos y dificultades.

Al menos eso implica una pizca de positividad en tanto embrollo.

Para los autores, la concepción en torno al problema medioambiental no se sostiene en base a ser tan solo una política estatal a profundizar: es un dilema filosófico, donde la primacía del hombre sobre la naturaleza se esgrimió en respuesta a la industrialización en aumento, como un producto de la Modernidad donde rompemos el equilibrio que desarrollé hace algunas oraciones.
Lo llaman “antropoceno”.

Lo explican como la jerarquía que impide pensar en modelos de consumo que no sean dañinos. La superioridad pragmática sobre el medio ambiente donde la naturaleza es tan solo puesta en función del hombre, en vez de entender a la humanidad como un componente más del mundo, es también una superioridad constituida sobre colectivos y sujetos sociales para los que el modelo de producción queda chico: mujeres, pueblos originarios, productores a pequeña escala que pierden sistemáticamente el acceso a la tierra o a la propiedad. Un modelo diseñado para unos pocos se sostiene mediante la exclusión de una multiplicidad de “otros”.

La crisis ambiental se superará tan solo ensanchando el Estado, pensando en estrategias productivas que sean transversales a políticas de inclusión. Esto explica por qué muchos movimientos ambientalistas nacieron desde sectores relegados. Los movimientos campesinos, de mujeres, pobres, de pueblos originarios, tienen mucho que aportar en estos debates, para construir una ciencia menos jerárquica y a servicio de los pueblos.

El libro da cierre con una propuesta de seis puntos que llama a una transición socioecológica, pero también concluye abriendo nuevas preguntas sobre la posibilidad de pensar políticas específicas a corto plazo y debatiendo sobre el mito del desarrollo: quizás, el problema no está en el desarrollo sustentable, sino en la alternativa misma al desarrollo.

Dando fin a esta reseña, podríamos preguntarnos: muy lindo texto, pero ¿Qué rol toma la historia acá?

“El colapso ecológico ya llegó” no es un libro sobre la historia del ambientalismo a largo plazo; su compromiso es ante todo con el presente. Pero esta reseña no es una excusa por haberme quedado sin opciones sobre motivos historiográficos o porque me aburría reseñar algún texto sobre la Revolución de Mayo o el primer gobierno de Yrigoyen. Hablar de historia es ver sus tramas pendientes en la cotidianeidad, es releer con perspectiva al presente.

Cuando el libro menciona la expansión de la frontera energética que atenta contra las comunidades en los territorios, no puedo evitar pensar en el corrimiento fronterizo que supuso la avanzada sobre los pueblos originarios en el siglo XX cuando, bajo premisas similares, en nombre del progreso borramos identidades y destrozamos culturas enteras.

La historia es un punto de fuga hacia toda temporalidad, y de la misma forma en que me invitó a ver sus implicancias en la irresponsabilidad sistemática sobre el ambiente que hoy nos pone ante una encrucijada inconmensurable, les propongo que encontremos dónde le falta a la disciplina histórica tocar la puerta, entrar medio tímida al principio y reclamar: yo también tengo algo para decir.

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