Por Gastón Mazzaferro
En la Argentina, todos tenemos una idea de lo que sucedió el 17 de octubre de 1945. Sabemos más o menos que Juan Domingo Perón, poco tiempo antes vicepresidente de la nación y secretario de Trabajo y Previsión, había sido encarcelado en la Isla Martín García luego de haber sido forzado a renunciar a sus cargos unos días antes. Sabemos también que ese día sucedió una manifestación relativamente espontánea y popular que forzó la liberación del mismo y que lo catapultó como el principal candidato a presidente en lo que serían las elecciones del año entrante.
Ahora bien, existe también una idea generalizada sobre aquellos que se manifestaron ese caluroso día de octubre: como mencione previamente, sectores populares, pero que además tenían en su mayoría tez de color oscura. Estos manifestantes llegaron a la Plaza de Mayo sin saco y acalorados para, finalmente, remojar sus pies en la fuente de la misma. En fin, quienes se manifestaron quedaron en la memoria colectiva, de manera negativa o positiva, como “Cabecitas negras” y “Descamisados”.
Esta imagen, reivindicada por algunos, repudiada por otros, generó escandalosas reacciones en diversos sectores de la sociedad argentina que creían vivir en un país fundamentalmente blanco, cosmopolita y descendiente de europeos.
Aquí vamos a analizar cómo diversos sectores de la sociedad interpretaron a estos manifestantes en una clave, ante todo, fuertemente racista. También analizaremos la propia interpretación que hizo el peronismo respecto a estos manifestantes y a los propios integrantes de su movimiento. ¿Se pensó inicialmente como un movimiento formado por “cabecitas negras”? ¿Cómo reaccionó ante las adjetivaciones negativas que fueron arrojadas desde su oposición? Veámoslo.
El camino a Martín García
Pongamos en contexto algunas cuestiones que debemos saber antes de meternos concretamente en nuestro tema. Hacia 1945, cuando el 17 de octubre sucedió, la Argentina era percibida como una nación fundamentalmente blanca. Esta idea, con orígenes en las últimas décadas del siglo XIX, implicaba pensar que se trataba de un país con un origen fuertemente europeo —producto de las inmigraciones masivas— donde no existía la población afro o originaria. Esta idea estaba presente en los momentos previos a la irrupción del peronismo y aún subyace fuertemente en el sentido común de nuestra sociedad.
Para ilustrar este aspecto, podemos ejemplificar con lo sucedido en el programa de televisión intratables en el año 2016. En abril de ese año, unos vecinos del barrio 31 fueron invitados a ese programa. Una señora salteña del barrio comenzó a hablar y Santiago del Moro —conductor del programa en ese entonces— le preguntó “¿Vos sos inmigrante?¿Cuál es tu origen?”. A esto le respondió que era salteña y, frente a la sorpresa del conductor acompañada de un “ah pensé que eras de otro país perdón”, le dijo “Gracias a Dios soy argentina (…). Se olvidan [ustedes] que los argentinos somos coyas (…). ¿Se olvidaron como éramos los argentinos? Éramos indios, éramos coyas”(1). La confusión y sorpresa de los presentes en el estudio son reflejo de un prejuicio de larga data que aún sigue presente en la Argentina.
Pero volvamos al tema que nos compete. Tras el golpe de 1943, Argentina se encontraba aún en un gobierno de facto cuyo presidente era el General Edelmiro Farrel. De ese gobierno formaba parte también Juan Domingo Perón, ocupando la Secretaría de Trabajo y Previsión, el ministerio de guerra y la vicepresidencia. Desde esos puestos, Perón había impulsado una serie de medidas que lo habían hecho popular entre los sectores bajos de la sociedad civil.
No obstante a esto, un gran sector de la sociedad supo oponerse fuertemente al gobierno de facto y comenzó a manifestarse para que éste llegue a su fin, se traspase el poder de gobierno a la Corte Suprema de Justicia y se llame a elecciones cuanto antes.
La más importante de esas manifestaciones sucedió el 19 de septiembre de 1945 y se llamó La Marcha de la Constitución y la Libertad. En esta participaron diversos sectores de la sociedad civil: desde asociaciones pertenecientes al gran capital (como la Sociedad Rural), hasta asociaciones de pequeños comerciantes (como dueños de almacenes, panaderías, etc). De la misma manera, se sumaron agrupaciones profesionales, vecinales y estudiantiles.
Participarían también partidos políticos sumamente diferentes entre sí: destacan en la manifestación dirigentes conservadores y nacionalistas, pero también hubo presencia de socialistas y comunistas. Sin embargo, los organizadores de la marcha pidieron que no se lleven distinciones político-partidarias, por lo cual los manifestantes llevaron escarapelas y banderas argentinas.
La concentración fue un éxito: asistieron unas 200 mil personas, generando la idea de que allí se encontraba toda la Argentina en un reclamo e, incluso, se la buscó relacionar con los acontecimientos revolucionarios de 1810. Lo que me interesa destacar de La Marcha de la Constitución es que, por los testimonios del periodo, podemos intuir que fue ante todo, blanca y poco popular. El corresponsal de un diario britanico presente en la misma lo confirmaba al testimoniar que la multitud portaba una vestimenta que nada tenía que envidiarle a la moda londinense. Para confirmar el carácter poco popular de la misma basta con observar quienes fueron los que la encabezaron: dirigentes conservadores, empresarios y Spruille Braden, embajador de los Estados Unidos.
La manifestación es destacable porque, de alguna manera, tan solo un mes antes del 17 de octubre e impactando en el imaginario social, reforzó la idea de una Argentina blanca y cosmopolita. Sus participantes entraban sin problemas en la imagen del argentino que se manejaba desde el siglo XIX: eran blancos, se vestían de maneras elegantes y, debemos intuir, eran probablemente descendientes de europeos.
A partir de esta manifestación los tiempos se acelerarían: el 9 de octubre, Perón sería forzado a renunciar a sus cargos. Luego de esto, se generaría una manifestación espontánea en la Plaza San Martín que volvía a exigir que el poder sea entregado a la Corte. El 13 de octubre — día siguiente de esta manifestación — Perón sería encarcelado y trasladado a la Isla Martín García. Esto generará regocijo en la patronal que se negara a pagar lo correspondido por el feriado del 12 de octubre y que responderá a los reclamos de los obreros diciendo que, si tenían intenciones de cobrar el pago “que se lo vayan a pedir a Perón”(2).
Frente a ese escenario, se despertaría un fuerte temor entre los sectores obreros y el 16 de octubre la CGT convocaría a una huelga general de 24 hs para el día 18. Pero, producto de la presión popular y de la organización sindical de base, el día 17 se acabaría produciendo la masiva movilización que conocemos y que tendría como consecuencia la liberación de Perón ese mismo día.
Una Argentina que se negrea
Habiendo llegado hasta aquí, es momento de que nos preguntemos respecto a la reacción que tuvieron los distintos sectores de la sociedad a los manifestantes del 17 de octubre. Empecemos por los sectores conservadores y medios.
Como ya mencionamos, debemos tener en cuenta que estos sectores percibían a la Argentina como un país, ante todo, blanco. En este sentido, cuando esta “plebe” inundo las calles céntricas de la Ciudad de Buenos Aires, esta imagen de la Argentina blanca y europea se vio desafiada. Las escandalosas reacciones que se tuvieron deben ser entendidas dentro de este marco que se vio profundizado con la Marcha de la Constitución y la Libertad.
La irrupción del peronismo, en este sentido, dejaría expuesta la contradicción de la imagen del pueblo argentino que se venía presentando y sería fuertemente dañina a la identidad nacional que las clases acomodadas buscaban imponer. Las reacciones no solo serían fuertemente racistas, sino que también expresaría sorpresa. En este sentido, Felix Luna, intelectual e historiador del periodo, recordaría que ese día observó a los manifestantes como si fueran “marcianos”(3). Es decir, desde la sorpresa total.
Por otro lado, las reacciones más abiertamente racistas las podemos encontrar en diversos sectores políticos. En este sentido, el conservador Adolfo Mugica, por ej., interpreto todo el acontecimiento como “una inmensa merienda de negros”. Por su parte, el nacionalista Juan Carulla expresaría su preocupación al ver que, al igual que el resto de América Latina, “Argentina tambien se negrea”(4). Ambas reacciones pueden ser entendidas en el sentido que venimos remarcando: Argentina era un país que se veía a sí mismo como blanco. En este sentido, ni Felix Luna, ni Adolfo Mugica, ni Juan Carulla podían entender lo que había sucedido.
Sin Embargo, el 17 de octubre daría lugar también a la categoría despectiva más difundida para definir a los simpatizantes del peronismo: “cabecita negra”. Hay varias características que podemos mencionar de este término. En primer lugar, era utilizado principalmente de manera oral. Debemos tener en cuenta que era usado de una forma muy despectiva, por lo cual, es poco frecuente encontrarlo, por ejemplo, en la prensa escrita. Además, no existían redes sociales como Twitter, donde el anonimato permite hacer uso de estos términos de manera impune.
Ante todo, el término era una expresión del racismo argentino contemporáneo. La perspectiva europeísta predominante en la Argentina tendió a identificar a todos los trabajadores con personas que migraron del noroeste, transformándolos en cabecitas. Según esta mirada, el cabecita negra provendría del interior, tendría apariencia indigena, su origen estaría en las provincias “atrasadas” y rurales y representaría, ante todo, la barbarie.
Pero, si esos son los rasgos de los cabecitas negras, ¿Entran los manifestantes del 17 de octubre en esa categoría? Para responder esta pregunta contamos con una gran ventaja: la fotografía. El acontecimiento fue ampliamente documentado por este medio, por lo cual, podemos acudir a ella para satisfacer nuestras dudas.
Observemos con detenimiento la foto más emblemática que existe sobre el 17 de octubre: “Las patas en la fuente”. Lo que observamos al verla es, ante todo, una fuerte heterogeneidad. Los manifestantes parecen ser de diversos orígenes: en primer plano, se encuentran dos hombres con sus respectivas patas en la fuente. Ambos están elegantemente vestidos y sus pelos engominados. Al lado de ellos, se encuentra un sujeto en camiseta —el típico “descamisado”— y observando a la Casa Rosada, nos encontramos con una multitud vestida de múltiples formas.
Esta foto nos da la pauta de la heterogeneidad tanto social, como étnica de los asistentes a la manifestación. Lo que sucedió es que, desde los sectores opositores al peronismo, se buscó homogeneizar a los manifestantes en un sentido denigrante. Los que se manifestaron no eran en su totalidad “descamisados” — de hecho, como vimos, en el primer plano de la foto más emblemática hay dos sujetos con saco y engominados —, pero tampoco tenían en su totalidad un color de piel oscuro. En este sentido, el mote de cabecita negra, cargado con un fuerte sentido racial, sería utilizado en un sentido negativo por la oposición para designar a todo aquel que formara parte del peronismo.
En un país que se autopercibía como blanco, lo negro era practicamente un insulto
La plaza convertida en un “candombe blanco”
Visto cómo reaccionaron los sectores medios y conservadores, es momento de observar como lo hicieron los sectores de izquierda. En sus reacciones llaman la atención varios aspectos, pero, quizás el más destacado, sea el relacionado con su incapacidad de entender la situación. Como mencionamos, la izquierda había participado de la Marcha de la Constitución y la Libertad, tan solo un mes antes del 17 de octubre. En este sentido, su reacción, en donde estarán fuertemente presentes sus prejuicios raciales, no será demasiado diferente a la de los sectores conservadores.
Como es conocido, la izquierda pretendía — y aún lo hace — representar al proletariado argentino. Pero cuando vamos a las fuentes, lo que notamos es una llamativa negación respecto a la existencia de una clase obrera presente en la Plaza de Mayo aquel día. En este sentido, en el diario socialista La Vanguardia se afirmará que quienes se manifestaron aquel 17 de octubre no pertenecian a la clase obrera, sino que eran unos “marginales y lúmpenes, esto es la antítesis del verdadero trabajador”(5).
Pero lo más llamativo, no será esta interpretación sobre la condición social de quienes se manifestaron, sino su interpretación racial respecto a ellos. En el mismo periodico, al referirse a la relación entre los manifestantes y Perón, se establece una comparación con la relación que tenía Rosas con “unos pocos negros”. Según esto, ambos líderes serían responsables de manipular a un sector de la población en detrimento del resto.
Sin embargo, lo más interesante — por usar algún término — de la lectura que hizo La Vanguardia es que la situación fue entendida como un “candombe blanco”. Esta interpretación tiene un fuerte contenido racial: el candombe, un estilo musical con raíces africanas, aparece aquí para asignarles una “negritud” a una serie de individuos que no la poseían.
En este sentido, la operación es similar a cuando alguien dice “negro de alma” y esto esta relacionado con una peculiaridad que tiene la Argentina. Aquí lo “negro” no esta solo relacionado con el color de piel de la persona a la cual se la llama así, sino que esta adjetivación esta ligada fundamentalmente a una cuestión de clase y practicas. El negro es entonces también aquella persona de clase baja o que hace “negradas”, acciones que serían propias de “los negros” y que, en última instancia, también está relacionada con la clase baja.
En este sentido, es llamativo el hecho de que el mensaje de la izquierda no sólo arrastraba un fuerte contenido racial, sino también un importante contenido de clase.
Amargo y retruco: un movimiento gaucho
Bien, llegó el momento de preguntarnos cómo fue la interpretación del peronismo respecto a la etnicidad de sus seguidores y cómo reaccionó ante los descalificativos de sus oponentes.
Empecemos hablando del término de cabecita negra. Existe la idea que, desde el peronismo, este adjetivo, con el origen despectivo que ya vimos, fue apropiado y resignificado de manera positiva. No obstante, esta reivindicación no existió, al menos, de manera inicial. Por el contrario, la identidad negra, indigena y mestiza no apareció como algo significativo en los discursos de Perón y Evita. Pero, a su vez, el término de cabecita negra tampoco será ni reapropiado ni significado por las masas que los seguían.
¿Por que no sucedió esto? Bueno, como ya vimos, según el sentido común de ese momento, la Argentina era blanca y europea. Esto generaba cierta contradicción entre las clases bajas. Ser negro implicaba, como ya vimos, ser exluído de la idea de “lo argentino” y estas masas querían ser reconocidas como ciudadanas legitimas argentinas. En este sentido, reconocerse como negras, atacando de una manera tan directa el imaginario que definía la supuesta argentinidad, parecía ser una apuesta arriesgada, no solo para ellas, sino también para Perón.
En palabras más sinteticas: ser reconocido como negro implicaba no ser reconocido como argentino. Por lo cual, ni las masas — buscando ser reconocidas como argentinas —, ni los dirigentes del peronismo — que no querían que su movimiento no sea reconocido como argentino — resignificaron de manera positiva el calificativo de “cabecita negra”, al menos inicialmente, como sí lo hicieron con el término “descamisado”.
De esta manera, el peronismo no encontrará su identidad en lo negro, sino en lo criollo. El discurso criollo estará completamente presente tanto en el discurso de Perón, como en las manifestaciones populares. Respecto a esto último, podemos poner de ejemplo el mismo 17 de octubre. Ese día hubieron múltiples referencias a los gauchos. Entre estas podemos destacar canciones que se entonaron con letras como “Mate si, whisky no”(6).
También, podemos mencionar las crónicas de los periódicos en las cuales se mencionan que “hombres vestidos de gauchos y mujeres de paisanas”(7) se encontraban ese día.
La asociación con lo criollo también estará presente, como mencionamos, en los discursos de Perón y Evita y en su aparato propagandístico. Podemos mencionar, en este sentido, el discurso de Evita en el dia del trabajador de 1948, en el cual se refería a los peronistas como “gauchos de corazón”(8). Por su parte, desde la propaganda se relacionara de manera constante al peón rural con la figura del gaucho, convirtiéndolo en el arquetipo de ser nacional. Finalmente, podemos destacar como se buscaba relacionar al peronismo con el Martín Fierro, el cual aparecerá mencionado como “el primer descamisado”.
A pesar de todo esto, debemos mencionar que el criollismo impuesto desde el peronismo era ante todo hispanista. Lo criollo era, en este sentido, descendiente de lo español.
La visión europeísta no fue de esta manera puesta en duda. El mito de la Argentina blanca seguirá vivo, aún hasta nuestros días.
Referencias
- 1) Mujer Le Recuerda a Conductor de TV cómo son Los Verdaderos Argentinos. (2016, 16 abril). [Archivo de vídeo]. Recuperado de https://www.youtube.com/watch?v=QEiZT3u_wEk
- 2) Cit. en Grimson, 2019:59
- 3) Cit. en Grimson, 2019: 87
- 4) Ambas citas en Adamovsky, 2015: 278
- 5) Cit. en Panella; Fonticelli, 2007: 37
- 6) Cit. en Grimson, 2019: 97
- 7) Cit. en Adamovsky, 2019: 159
- 8) Cit. en Adamovsky, 2019: 155
Bibliografía
- Adamovsky, E. (2009). Historia de la clase media argentina: apogeo y decadencia de una ilusión, 1919-2003. Buenos Aires, Argentina: Planeta.
- Adamovsky, E. (2019). El gaucho indómito: De Martín Fierro a Perón, el emblema imposible de una nación desgarrada. Buenos Aires, Argentina: Siglo Veintiuno Editores.
- Correa, E. (2017). ¿De Juan B. Justo a Perón? Relecturas del pasado nacional y la tradición partidaria en los grupos socialistas del PSRN. Sociohistórica, (40), 037. https://doi.org/10.24215/18521606e037
- Grimson, A. (2017). La homogeneización de la heterogeneidad obrera en los orígenes del peronismo. Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”, Tercera Serie (47), 166–189.
- Grimson, A. (2019). ¿Que es el peronismo?: de Perón a los Kirchner, el movimiento que no deja de conmover la política argentina. Buenos Aires, Argentina: Siglo Veintiuno Editores.
- Guber, R. (1999). “El Cabecita Negra” o las categorías de la investigación etnográfica en la Argentina. Revista de Investigaciones Folclóricas, (40), 037–120.
- Panella, C., & Fonticelli, M. L. (2007). La prensa de izquierda y el peronismo (1943-1949). La Plata, Buenos Aires: EDULP.
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